14 septiembre, 2011

La increíble historia de Eugène François Vidocq. Segunda parte y final.

Los servicios que Vidocq prestaba a la policía criminal le garantizaban la seguridad, pero pronto empezó a encontrarse mal como preso. Las ventajas de que disponía eran insignificantes para no despertar la confianza de los otros presos. Vidocq tenía otra idea de la solución del problema. Quería ser más que un pequeño delator.
Intentaba convencer al comisario Henry de que en libertad podría prestar servicios más importantes a la policía, que los que le había sido posible en su aislamiento local. Henry presentó los planes de Vidocq al nuevo gobernador civil, el barón Etienne Pasquier. El jefe de la policía dio su aprobación.
Al principio del año 1811, se fugó Vidocq durante el traslado de la cárcel al tribunal. Esto era la versión que fue difundida por todas partes. Que la fuga había sido planeada, organizada y realizada con la ayuda del comisario Henry, sólo lo sabían los más estrechos colaboradores del director  de la policía. En su ambiente, Vidocq era considerado preso fugado. Esta era la fuerza de su posición de salida como agente secreto de la policía criminal.
Pocas semanas después de “haber logrado la fuga” a través de intermediarios, que le ofrecían dinero falsificado a precio barato, encontró las huellas de una banda de falsificadores. Gracias a las investigaciones de Vidocq, el comisario Henry pudo detener primero a Watrin y luego a Bouhin y Terrier. Vidocq había permanecido completamente en la oscuridad. Los tres falsificadores terminaron en el patíbulo. El éxito iba a cuenta de Henry. Ningún criminal sospechaba que el “preso fugado” estaba al servicio de la policía y había sido traidor.
Vidocq era uno de los primeros “policías preventivos del mundo”. A través de las informaciones que recibía de primera mano, muchos crímenes podían ser descubiertos ya durante su planificación o preparación.
Su campo de acción creció. Se transformó de un pequeño espía policíaco en un agente de investigación criminal. El comisario Henry le concedió la ayuda de dos funcionarios auxiliares. En 1812, disponía de seis, y en 1817 de doce asistentes. A pesar de las protestas de los funcionarios criminales cintra el creciente poder de un individuo que era perseguido por la vía requisitoria, dentro de la prefectura, la posición de Vidocq se quedó firme. Sus éxitos eran decisivos.



En 1818, Vidocq tenía su “propia” oficina. En la casa número 6 de la rue Sainte-Anne, que salía del Quay des –orfèvres, ocupó con un pequeño grupo cuatro habitaciones del antiguo edificio. Él era su propio amo. Pagaba a sus asistentes según le parecía. La policía ponía a su disposición los medios necesarios en una caja especial.
De esta “Oficina Vidocq” se desarrolló la actual “PJ” -Police Judiciaire-. Con esto, se había creado la auténtica policía criminal secreta, una “Sûreté” como anexo de la prefectura.
Vidocq realizó personalmente todas las investigaciones importantes. La policía actual se sirve sólo en casos muy raros del disfraz. El detective enmascarado y disimulado con maquillaje, peluca y barba falsa pertenece hace tiempo al terreno de lo ridículo. Pero en la época de Vidocq las circunstancias eran muy diferentes. Apenas existían medios auxiliares científicos para el hallazgo de huellas, su aseguramiento y su interpretación. El agente secreto dependía de su habilidad, su picardía y su arte de transformación. Vidocq poseía estas aptitudes en medida extraordinaria. Cambiaba su aspecto exterior mejor que muchos actores en el escenario, y en muchos caminos tortuosos había aprendido a representar una persona distinta con otro carácter, de manera que convencía en todos los papeles. No se conoce ni un caso en el que su arte de enmascararse hubiera fallado.
Se movía en cuchitriles oscuros y en buenas casas burguesas, en semilleros del vicio y en los palacios privados cuyos portales estaban adornados con famosos escudos. Bajo el nombre “Jules” era un visitante bien recibido del “Milieu” (ambiente de los criminales). Como “Monseiur Eugène” ocupaba con su madre y su favorita un bonito apartamento alquilado en la rue Neuve-Saint-François.
Pero los “Officier de Paix”, muy importantes para la administración policíaca, vieron en Vidocq una persona “extraña a su oficio” e indeseable. Los jueces de paz tomaban partido contra el “ya penado”. Pero la mano protectora de la autoridad le defendió.
Las actas policíacas de los años 1810 hasta 1827 muestran una fila inmensa de éxitos suyos. Él unió astucia, alevosía y un valor sorprendente con una decisión que nunca fallaba. Él limpiaba con pocos “confidentes” los más peligrosos cuchitriles de La Courtille. Cazó al fugado preso de las galeras Fossard, que durante años había sido buscado por toda la policía de Francia, encontró las piedras preciosas del joyero Sénard, que habían sido sustraídas de su escondite sirviéndose de la ayuda de una “monja” que, por cierto, veinte años de su vida no los había pasado en la soledad de un claustro sino en las cárceles.
Vidocq, fue un fiel servidor de la policía de Napoleón, siguió siéndolo bajo Luis XVIII. Él era policía, policía criminal, y sólo policía criminal.
Su fama creció. Se pedía su consejo cuando se trataba de aclarar casos especialmente difíciles. Su olfato era infalible.
Cuando se encontraba con el jefe de la policía del palacio real, el marqués de Chambreuil, las pequeñas células grises del cerebro del jefe de la “Sûreté” empezaron a trabajar febrilmente. Vidocq charló un rato con su colega aristocrático. Era curioso. La voz, la postura, los ojos y cuando el marqués se alejó lentamente, desaparecieron las últimas dudas de Vidocq. Era la manera de andar del hombre que había visto con cadenas, entonces -hacía mucho tiempo-, antes del traslado a las galeras.
Vidocq no vaciló. Detuvo al marqués a pesar de las graves protestas. Después del registro de su domicilio que fue realizado con permiso del rey, presentó el material de pruebas contra el falso marqués, quien hábil había sabido hacerse subir de las olas de la turbulenta época, hacia aquella alta sociedad formada de marqueses auténticos, jefes de policías falsos, princesas y favoritas.

Pero las sombras del pasado no se dejaron retener. Sus enemigos intentaron hacerle caer. En las fiscalías en el despacho del gobernador civil, Conde Julien Anglés, y en el Ministerio de Asuntos Interiores se recibían acusaciones contra el forzado, que estaba perseguido por vía requisitoria y condenado a fuerza de ley, Vidocq, Eùgene-François, director de la “Sûretè” de París.

Las altas autoridades no accedieron. Un “Sieur” de Vidocq, juzgado hace más de veinte años, se había fugado probablemente pero había pasado ya mucho tiempo y era imposible realizar unas investigaciones con posibilidad de éxito. Además, el Ministerio de asuntos Exteriores declaró que ignoraba que un tal “Sieur” Vidocq fuera jefe de la policía secreta.
Y oficialmente el ministro del Interior no sabía realmente nada de la “Sûretè”, de Vidocq, la cual, con fundada razón, era un departamento aparte, como lo demostró precisamente la declaración del Ministerio. Oficialmente no existía Vidocq. Pero para hacer más acusaciones contra Vidocq sin razón de ser, al jefe de la “Sûretè” le fueron perdonadas a título de gracia todas sus condenas de aquellos oscuros tiempos de Bicètre y Brest y Toulon. Las sombras del pasado no desaparecían, pero ya no significaban peligro.
Se calculó que Vidocq, por sus extraordinarias capacidades criminalísticas, había conducido a más de cincuenta criminales a la guillotina. Ya no vivía en su modesto apartamento, sino en una casa privada en la rue l’ Hirondelle en la Place St. Michel. Recibía a muchos visitantes poco vistosos e indefinibles, tanto hombres como mujeres. En la vecindad se murmuraba de individuos raros que aparecían a horas intempestivas. Vidocq llegó a ser legendario, aún durante su vida.

Pero al tiempo no se paró. Nuevos personajes ocupaban los altos cargos. Y tenían en su séquito a sus propios protegidos. El siempre misterioso jefe envejecía. No tenía más que cincuenta y dos años peo al principio del siglo XIX con sesenta años ya se era un anciano. Y Vidocq había vivido cien vidas. Cuando por orden del gobernado Guy Delaveau, por motivos insignificantes, se le hicieron reproches, se decidió a presentar la dimisión. El día 20 de junio de 1827, escribió su solicitud para retirarse. Parecía seguro de sí mismo y orgullos, aunque un oído fino habría notado la resignación.
En 1828, Louis Debelleyme fue nombrado prefecto de la policía.
El reorganizaba toda la administración policíaca. Para todos los puestos de importancia los pretendientes, sobre todo lo inspectores y comisarios, tenían que pasar por una sólida escuela especial y aprobar unos exámenes estatales. El nuevo prefecto de policía no valoraba demasiado el trabajo de los secesionistas.
Con su posición como jefe de la “Sûretè” Vidocq había perdido influencia y amigos. Como ya no  se le temía, se podía sospechar de él. Apenas se había cambiado a si villa en Saint-Mandé, cerca de Vicennes, cuando empezó la vigilancia en torno a él. La casa… el costo de la vida… los amores...Todo esto tenía que haber costado una fortuna. Naturalmente, existía una explicación sencilla. Había sido “cobiechado” de criminales, que así se compraban su libertad. Seguramente, habían ido a parar a sus manos muchos objetos robados que no habían sido encontrados.
Un año después de su dimisión, publicó sus memorias. El manuscrito, repasado y corregido por varios correctores, causó un desengaño. Con estas memorias de Vidocq empezó el caudal de historias auténticas, semiauténticas e inventadas sobre él.

El ex poderoso policía fundó una fábrica de papel. No tuvo éxito. En tiempos de la revolución de 1830 a 1831 encontró de nuevo el camino hacia la policía secreta. Pero sus enemigos no descansaban. Vidocq, que ya rayaba en los sesenta, lo sabía y tenía ya nuevos planes para el caso de su dimisión. Casi un cuarto de siglo antes de Pinkerton, fundó una policía privada e hizo colocar un letrero comercial en la puerta de su casa del número 12 de la Rue Cloche.Perse: “Le Bureau des Renseignements. E.-Fr. Vidocq”.
La idea fundamental era una anticipación al futuro y oficial registro central de penales. Vidocq hizo una lista de todos los condenados, y  también otra de los sólo sospechosos. Suministraba a comerciantes, financieros, negociantes y otros interesados informaciones confidenciales.
Sus mejores clientes eran los prestamistas, mejor dicho, los usureros. Aprendía sus métodos, empezó a gustarle este tipo de negocios, y pronto pertenecía a los más duros negociantes de letras de París. Transformó su agencia de detectives en una oficina formal de informaciones generales y aceptó “encargos privados de toda clase”.
Su mejor propaganda eran sus nuevas memorias: “Les Voleurs”. Algunas frases de este libro seguramente están inspiradas por Balzac, que apreciaba a Vidocq a su manera. En el personaje “Vautrin” de una de sus novelas le levantó un monumento imperecedero.

Los policías de la prefectura vieron en Vidocq una peligrosa competencia. El trataba sin formalidades, rápido y con éxito. No estaba sujeto a la ley. Para él no existía ningún delito que tenía que ser perseguido oficialmente”.
La “Sûretè” intentaba a través de sus agentes provocadores obtener material contra Vidocq. No lo logró. El pretexto para registrar la agencia de Vidocq, instalada en los despachos ampliados en la rue Neuve-St. Eustache, lo dio, por fin, el robo de unas actas relacionadas con la defensa nacional. Vidocq fue detenido, pero, después de un breve arresto provisional, el tribunal sobreseyó la causa.
La agencia ocupó más despachos en la elegante  galería Vivienne. Vidocq amplió su negocio usurero hasta las esferas de la alta sociedad. Uno de sus deudores era el duque de Rohan-Rochefort.
Cuando su alteza no devolvió el dinero, Vidocq presentó el pleito. El perdió el proceso. El poder de la alta sociedad era sólido.
 Al primer choque, siguió un segundo. El prefecto había introducido un agente secreto en la agencia. Se construyó un “caso” para matar a Vidocq. La “Sûretè” le detuvo de nuevo y llevó a su molesto competidor a la siniestra cárcel de la “Conciergerie”.
El proceso empezó un año después de la detención y terminó con un veredicto de culpabilidad: cinco años de prisión y tres mil francos de multa por “usurpación, detención ilegal, chantaje y fraude”. Vidocq había caído en la trampa preparada por los funcionarios de la prefectura. Nadie dudó de su inocencia, pero no se pudo comprobar que todo había sido “fingido”. Pero fue absuelto en el juicio de apelación, que tuvo lugar pocos meses más tarde.
La prefectura no quería aceptar su fracaso: Según la ley un ex forzado podía ser desterrado en cualquier momento de París. De modo que la prefectura, casi medio siglo después de la pasada condena, y un cuarto de siglo después de la cancelación legal de las sentencias, dictó la orden de destierro en contra de Vidocq. Pero bajo la presión de la opinión pública y las indignadas protestas de personas importantes, la fiscalía general suspendió el proceso.
Vidocq volvió a su agencia, daba informaciones, realizaba observaciones y vigilancias y muchos otros encargos. Prestaba dinero, cobraba agiotajes, mantenía casado hacía tiempo, relaciones galantes con damas del teatro y de las salas de baile y publicaba nuevos libros.
En 1845, embarcó hacia Inglaterra para fundar una sucursal en Londres. No logró realizar este proyecto. Se cree que Vidocq se encontró en Londres con Louis Napoleón Bonaparte, que se había escapado de la fortaleza Ham y había logrado pasar el Canal Pd. J. Stead recuerda que el príncipe había podido pasar el puesto de los vigilante sin ser conocido, gracias a una madera que llevaba sobre los hombros, como lo había logrado el forzado Vidocq hacía años en Brest…
En septiembre de 1847 murió la esposa de Vidocq, Fleuride.
En noviembre cerró él su agencia de detectives.
En febrero de 1848, los parisienes levantaron las barricadas. Un nuevo gobierno llegó al poder. Y Vidocq apareció de nuevo en los despachos de la “Sûretè”. Él aceptaba encargos políticos confidenciales, viajaba otra vez a Londres. Se puso en contacto con el pretendiente al trono y envió sus informes secretos al gobierno republicano.
Al principio de 1849 regresó a París. Inmediatamente después, el juez instructor dictó en el Tribunal de la Seine, orden de detención contra él, por haber estafado, disfrazándose de sacerdote, a una dama muy atractiva los “Billets-doux” que le había escrito el duque de Valencey. De nuevo Vidocq fue llevado a la “Conciergerie”, pero después de pocas semanas, fue puesto en libertad. El asunto no siguió adelante.
Desde Debelleyme, ocho prefectos habían ocupado el puesto de director de policía. Muchas pequeñas reformas cambiaban el aspecto en detalles, pero ninguna lo transformó fundamentalmente. Gabriel Delessert dirigía la prefectura desde 1836 hasta principios de 1848, el coronel Rébillor se mantenía como prefecto.
Se acercaba el golpe de Estado. El prefecto de policía de Charlemagne de Maupas era partididario del príncipe Louis Napoleón. Después de la última orden dictada por Napoleón, en la noche del 1 al 2 de diciembre de 1851, Maupas mandaba a los 48 comisarios de los distritos policíacos. Se trataba de funcionarios escogidos por su formalidad… y ninguno se negó a traicionar la constitución. Con misiones cuidadosamente repartidas se ponían a trabajar, 2.133 detenciones ahogaban cualquier resistencia contra el pretendiente al trono en su origen. El imperio había renacido.
Vidocq volvió a su casa, pero una intranquilidad interior que por lo visto no supo dominar, le condujo otra vez a la policía. Realizaba encargos de poca importancia, se ocupaba de investigaciones privadas, especulaba, perdía sumas considerables e intentaba asegurar su sustento con solicitudes por recompensas estatales a los servicios prestados por él.
La consolidación de la política interior reportó también una pausa en el cambio de los jefes de policía.
Desde enero de 1852, hasta marzo de 1858, Joachi Piétri ejerció el cargo de prefecto. Era corso partidario incondicional de Bonaparte.
Louis Napoleón, ahora Napoleón III, limitaba cada vez más la excesiva ampliación de la policía estatal, intentada por Maupas. Quizás se acordara de los cuarenta y ocho funcionarios “fieles a la Constitución” que le habían facilitado el golpe de Estado.
En 1853, toda la administración de policía pasó a la prefectura de Paría. Un año más tarde, siguió el prorrateo en “divisiones” y una intensa especialización de los diferentes ramos. Se montaron comisarías en los departamentos y comisarías centrales en las ciudades más importantes. Un grupo de treinta comisarios formaba la policía de los ferrocarriles.
París contaba con más de 800.000 habitantes. En esta masa humana, que aumentaba continuamente y cuya vida diaria ya mostraba las primeras señales de la época técnica, el anciano Vidocq se perdió casi sin dejar huellas. Sólo poca gente de la que le rodeó en los tiempos pasados, se encontraba de vez en cuando con el hombre que, a pesar de su enfermedad, estaba todavía sorprendentemente robusto. Su vida se volvía cada vez más solitaria.
El 11 de mayo de 1857, murió Eugène François Vidocq, a la edad de ochenta y dos años, después de haber recibido humildemente el sagrado viático, él, que toda su vida había sito ateo. Fue enterrado después en una misa rezada en la iglesia de St. Denis, en el pequeño cementerio de St. Mandé.    
        
   

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